jueves, 17 de noviembre de 2011

La carga suicida de la 44ª División de Caballería Mongola en Musino - 17/11/1941.

Representación artística de la matanza de Musino.

Camaradas,

Las divisiones del Grupo de Ejércitos Centro van poniéndose en marcha para el asalto final sobre Moscú, una a una en sucesión cuidadosamente sincronizada. Los oficiales, desde lo más alto de la jerarquía militar hasta la unidad más pequeña, saben lo que está en juego. El Coronel General Guderian (Segundo Ejército Panzer) ha explicado a sus comandantes de Cuerpo de Ejército que no se debe perder un segundo de tiempo y les ha implorado que hagan todo lo que se encuentre en su mano para asegurarse de que el objetivo es alcanzado. El Coronel General Hoepner (Cuarto Ejército Panzer) ha conminado igualmente a sus tropas a un último gran esfuerzo a través de una Orden del Día transmitida hoy a todos los comandantes de sus unidades, con el siguiente contenido:

¡Despierten la conciencia de sus tropas! ¡Reaviven su espíritu! ¡Muéstrenles el objetivo que supondrá para ellos la gloriosa conclusión a una dura campaña y la perspectiva de un merecido descanso! ¡Lidérenlos con vigor y confianza en la victoria! ¡Que el Sagrado Dios os conceda el éxito!

El General der Panzertruppen Erich Hoepner, apodado "el viejo caballero" por su antigua condición de oficial de caballería.

Ayer, 16 de noviembre, el V Cuerpo de Infantería de Hoepner lanzó su ataque contra la ciudad de Klin, al noroeste de Moscú sobre la carretera a Kalinin. A su izquierda debía avanzar el LVI Cuerpo Panzer del Tercer Ejército Panzer.

El amanecer rasga el cielo cerca de Musino, al sudoeste de Klin – el amanecer de hoy, 17 de noviembre. Es una mañana gris y brumosa. Hacia las 09:00 horas el sol aparece a través de la niebla como un gran disco rojo. El puesto de observación de una batería pesada alemana se encuentra sobre una colina. A unos tres kilómetros más adelante se puede distinguir el límite de un amplio cinturón boscoso. Todo lo demás son campos llanos bajo una ligera capa de nieve. Hace frío. Todo el mundo espera la orden de atacar.

10:00 horas. Los prismáticos de campaña se levantan. Hombres a caballo aparecen en el linde del bosque. Desaparecen detrás de una colina a galope.

Una unidad de caballería soviética avanza sobre la nieve.

“¡Tanques rusos!” se levanta una voz. Tres T-34s se aproximan sobre el terreno helado. Desde el extremo del pueblo los cañones antitanque abren fuego. Resulta extraño que la infantería no acompañe a los tanques. ¿Por qué será? Mientras los observadores de artillería alemanes están todavía tratando de desvelar el misterio se alza otra voz: “¡Atención! ¡Caballería a la derecha del bosque!” Y allí se encuentra la caballería. Jinetes que se acercan al trote. En frente sus unidades de reconocimiento, a continuación destacamentos de cuarenta o cincuenta jinetes. El número se eleva a cien o doscientos. Un momento después irrumpen desde el interior del bosque en un amplio frente un escuadrón tras otro de caballería. Se organizan en una gigantesca línea. Otra línea se forma detrás de ellos. Es como el sueño de un loco. Los sables de los oficiales silban en el aire. El brillante acero brilla al sol de la mañana. A continuación, cargan al galope.

Caballería soviética, con los sables en ristre.

“¡Carga de caballería con la fuerza de un regimiento! ¡Punta de lanza del ataque a 2.500 metros!” La voz del observador de artillería suena atragantada cuando transmite la información a retaguardia a través del teléfono. Está tumbado en un agujero del terreno, sobre una sábana de tela de tienda de campaña. Su telescopio de trinchera ha sido pintado de blanco con una pasta de tabletas de tiza inmediatamente después de la primera caída de nieve. Ahora no se distingue en la capa de nieve que, todavía limpia y blanca, cubre los campos y colinas de Musino. Todavía limpia y blanca. Pero ya los escuadrones de caballería soviética están cargando desde el bosque. Baten la nieve y el suelo con los cascos: en formación cerrada, los caballos tocan estribo con estribo, los jinetes hacen bajar el cuello a sus caballos, con los sables desenvainados sobre sus hombros.

¡Hurra Stalin!

La dotación de la ametralladora junto al puesto de observación de artillería tiene su arma lista para la acción sobre el parapeto. El disparador se quita sus mitones y los deposita junto al cerrojo. Los ojos del comandante del arma están pegados a sus prismáticos de campaña. “2.000 metros,” escuchan al observador de artillería musitar por el teléfono. Él reacciona ordenando a su batería abrir fuego.

Apenas transcurre un segundo. Y todos los nevados campos de Musino son barridos por una visión de pesadilla como no podría haber imaginado siquiera la más fértil de las imaginaciones. La 3ª Batería del 107º Regimiento de Artillería de la 106ª División de Infantería abre fuego a corta distancia. Con un estrépito los proyectiles abandonan sus cañones y estallan justo en medio del escuadrón que carga. Los proyectiles de alto explosivo de los cañones antitanque situados en el pueblo, que acaban de ser atacados por los T-34s, aterrizan en medio del grupo ruso más adelantado. Los caballos caen. Los jinetes saltan por los aires. Resplandores de luz. Humo negro. Surtidores de suciedad y fuego.

Idílica representación rusa de la carga de caballería de Musino.  El soldado alemán arrollado es una mera licencia artística.

Los regimientos soviéticos continúan la carga. Su disciplina es terrible. Incluso pivotan sobre su ala derecha y se dirigen hacia el pueblo. Pero una salva tras otra de los cañones pesados estalla en medio de los escuadrones. Las baterías disparan metralla que explota a siete metros sobre el suelo. El efecto de las esquirlas es atroz. Los jinetes son hechos pedazos en sus sillas de montar; los caballos son despanzurrados.

Pero el terrible espectáculo no ha terminado todavía. Del bosque sale un segundo regimiento de caballería para reanudar la carga. Sus oficiales y hombres han contemplado la tragedia de su regimiento hermano. Aún así, ahora marchan hacia su propia perdición.

Las baterías alemanas rodeadas aplastan la segunda oleada incluso más rápidamente. Tan sólo un pequeño grupo de treinta jinetes montando pequeños y rápidos caballos cosacos pasa a través de la muralla de muerte. Treinta de un millar. Cargan hacia la tierra alta donde el observador de artillería se encuentra estacionado. Todos acaban muertos bajo los disparos de la ametralladora de cobertura.

Para lo único que ha servido la carga de caballería mongola: para alimentar a los civiles rusos de las inmediaciones.

Dos mil caballos y sus jinetes –dos regimientos completos de la 44ª División de Caballería Mongola- permanecen sobre la nieve teñida de sangre, hechos pedazos, pisoteados hasta morir, heridos. Un puñado de caballos vagan sueltos por el campo, trotando hacia el pueblo o el interior del bosque. Jinetes levemente heridos tratan de ponerse a cubierto, cojeando o tambaleándose como borrachos. Ése es el momento en que el Comandante-General Dehner da la orden de contraataque.

Del pueblo y desde detrás de las tierras altas salen las líneas de soldados del 240º Regimiento de Infantería. En secciones y pelotones se desplazan por el terreno nevado hacia el bosque.

No disparan un solo tiro. Aturdidos de horror, los soldados de infantería atraviesan la tumba de la 44ª División de Caballería Mongola – el campo de batalla de la que seguramente haya sido una de las mayores cargas de caballería de esta guerra. Cuando reocupan el pueblo de Spas Bludi, los granaderos se encuentran con que sus camaradas del 240º Regimiento de Infantería, tomados prisioneros allí tras haber sido heridos, han sido ejecutados por los soviéticos.

Soldados alemanes prestan ayuda a un soldado soviético herido.  La Wehrmacht responde con solidaridad a las atrocidades bolcheviques.

El ataque ruso no ha tenido sentido desde el punto de vista militar. Dos regimientos han sido sacrificados sin dañar un pelo de la cabeza del oponente. En el lado alemán ni un hombre ha resultado herido. Lo único que ha venido a demostrar el ataque es la despiadada determinación con la que el Alto Mando Soviético tiene intención de negar a los alemanes las carreteras al interior de su capital, y cómo de obstinada va a resultar la lucha por Moscú.

En el diario de un joven Teniente soviético, comandante de un pelotón de morteros en el frente sureste de Moscú, se puede leer la siguiente entrada para el día de hoy:

El batallón recibió la orden categórica de tomar la posición fascista sobre las tierras altas a las afueras del pueblo de Teploye. Sin embargo, fuimos incapaz de avanzar un solo paso debido a que el fuego de los alemanes era demasiado poderoso. Kryvolapov informó al Regimiento que sin apoyo de artillería no podíamos lograr ningún progreso. La respuesta fue: Tomaréis esa posición en veinte minutos, o si no los oficiales se enfrentarán a un consejo de guerra. La orden fue repetida seis veces. Atacamos seis veces. El comandante cayó muerto. Tarorov, el adjunto, y Ivashchenkov, el Secretario del Partido, también están muertos. Al batallón tan sólo le quedan veinte cañones.

Soldados soviéticos, desmoralizados, hambrientos, ateridos de frío y derrotados, en manos alemanas.

Así es como Stalin hace luchar a sus tropas. Hace uso de todo lo que tiene para la defensa de la capital. Todas las reservas humanas o materiales que quedan en su imperio han sido movilizadas para la defensa de Moscú. Stalin sabe lo que supone Moscú y lo que significaría su pérdida. A Harry Hopkins, representante diplomático estadounidense enviado por Roosevelt a Moscú el pasado mes de julio, Stalin le confesó: “Si Moscú cae, el Ejército Rojo tendrá que ceder toda Rusia al oeste del Volga.” Nada ilustra mejor la desesperación de Stalin que la petición que a través de Hopkins transmitió a Roosevelt : “Él, Stalin, agradecería si tropas norteamericanas apareciesen en algún sector del frente ruso y, lo que es más, bajo el mando sin restricciones del Ejército de Estados  .”

Hopkins posa con Stalin.

Pero Roosevelt no ha enviado tropas al frente soviético, y Stalin ha tenido que arreglárselas con lo que pudiese rebañar dentro de su imperio. No todas las unidades se han mostrado dispuestas a entrar en acción. Muchos de los regimientos han pasado por el fuego abrasador de las batallas de verano. Divisiones enteras han podido ser enviadas al combate sólo bajo la amenaza de que, si se retiran, serán abatidas por formaciones de seguridad fiables.

Las divisiones mongolas y siberianas, por otro lado, trasladadas al oeste por Stalin desde el Extremo Oriente de la Unión Soviética, son vigorosas y se encuentran imbuidas de un gran espíritu combativo. Si los soviéticos logran salvar Moscú, será en gran parte gracias a ellas. Y, por supuesto, también se deberá al hecho de que Stalin haya podido desguarnecer con tranquilidad su frontera marítima de 9.000 kilómetros de longitud desde el Estrecho de Bering a Vladivostok y su frontera terrestre de 3.000 kilómetros desde Vladivostok hasta Mongolia Exterior sin miedo a que el Ejército Kwantung de Japón atraviese la frontera oriental de la Unión Soviética y ayude a sus aliados alemanes asestando una puñalada en la espalda de los rusos. Ha podido hacer eso gracias a que su espía –ya capturado- Richard Sorge, le ha informado de que los japoneses se están preparando para atacar las islas del Pacífico. Esta decisión japonesa le ha concedido a Stalin una oportunidad, en breve veremos si la última.

Mit unsern Fahnen ist der Sieg!
Nach Moskau, zum Endsieg!

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