La conquista de Rostov el pasado 20 de noviembre le provocó a Stalin una severa urticaria. La puerta de acceso al Cáucaso, el centro de comunicaciones entre la Rusia Europea y la Rusia caucásica que de hecho hace las veces de punto intermedio entre la Unión Soviética y la Gran Bretaña para los suministros enviados por ésta a través del Golfo Pérsico, había caído en manos alemanas. Resultaba evidente que los soviéticos iban a hacer cuanto estuviera en su mano para revertir esta situación y expulsar de Rostov al Primer Ejército Panzer de von Kleist.
Con los Ejércitos Soviéticos 37º y 9º a las órdenes de los Generales Lopatin y Kharitonov, Timoshenko ingenió un atrevido plan. Como resultado del giro que Mackensen había descrito hacia el sur para capturar Rostov, entre el Decimoséptimo Ejército Alemán y el Primer Ejército Panzer había quedado abierto un hueco que, a la vista de la escasez de fuerzas con que cuenta la Wehrmacht, no iba a poder ser cerrado de inmediato. Aquí estaba la oportunidad de Timoshenko: lanzarse contra el hueco y deslizarse a través de la retaguardia del III Cuerpo Panzer. En verdad, se trataba de una delicada situación para las tropas de Kleist.
Para enfrentarse al peligro Mackensen se vio obligado en primer lugar a sacar a la 13ª División Panzer y después también a la 14ª División Panzer de su frente y emplearlas en el amenazado sector de Tuslov. Pero, tan pronto como la crisis en la retaguardia del Cuerpo estaba siendo más o menos atajada, Timoshenko logró perforar la línea del debilitado Cuerpo de Mackensen en sus flancos este y sur. El peso principal de estos ataques recayó en la 60ª División de Infantería Motorizada y en la División Leibstandarte SS Adolf Hitler.
Operaciones del Grupo de Ejércitos Sur y la Batalla por Rostov.
El día era el 25 de noviembre de 1941. Los motociclistas del destacamento motorizado de reconocimiento de la Leibstandarte defendían un sector de ocho kilómetros de longitud a lo largo del borde sur de Rostov, inmediatamente sobre la orilla del Don, que en ese punto tiene casi un kilómetro de anchura. Pero el vasto río ya no es un obstáculo. Está congelado. Hace un frío glacial. Y los hombres están muy mal protegidos contra el frío cortante.
La alarma ha saltado a las 05:20 horas. Regimientos de las Divisiones de Fusileros 343ª y 31ª, así como de la 70ª de Caballería, han atacado las posiciones a lo largo de toda su anchura. Trescientos granaderos alemanes se hallan apostados en la primera línea – tan sólo trescientos. Y contra ellos cargan tres divisiones soviéticas completas. El primer asalto lo efectúa la 343ª División de Fusileros Rusa. Durante un momento, los alemanes se quedan paralizados: con las armas entrechocándose, las gargantas cantando y lanzando al viento gritos de “¡Hurra!”, los batallones soviéticos se aproximan marchando hacia ellos en un amplio frente, surgiendo del gélido amanecer. Sus bayonetas caladas son como lanzas proyectándose desde una pared viva. Esa pared ahora se mueve sobre el hielo del Don. A la orden de un oficial, los rusos comienzan a correr. Con las armas todavía en bandolera, se acercan pisoteando el hielo.
El Ejército Rojo ataca Rostov.
El SS Obersturmführer (Capitán) Erich Olboeter, al mando de la 2ª Compañía, se encuentra en primera línea con la ametralladora pesada de la sección número 3. “Aguardad,” dice.
Sobre el hielo, las primeras minas sembradas por los zapadores alemanes en la nieve comienzan a explotar, abriendo agujeros en las filas rusas. Pero la gran masa continúa avanzando.
“¡Fuego!” ordena Olboeter. La ametralladora comienza a tartamudear. Un segundo después otras armas se unen al concierto infernal.
Dramática representación de la aguerrida defensa de Rostov por parte de las tropas de las Waffen SS.
Como una gigantesca guadaña invisible, los primeros disparos barren la primera oleada de la carga soviética, derribándolos sobre el hielo. La segunda oleada es segada de manera similar. Para hacerse una idea de cómo puede atacar y morir la infantería soviética, uno ha tenido que estar sobre la orilla del Don en Rostov.
Sobre sus muertos y heridos las siguientes oleadas se lanzan al asalto. Y cada una se acerca un poco más que la última antes de ser abatida.
Con dedos temblorosos Horst Schrader, el sirviente número dos de la ametralladora con diecinueve años de edad, introduce el nuevo cinturón de balas en el cerrojo. Sus ojos están abiertos de par en par, llenos de horror. El cañón del arma humea. Como si viniera desde muy lejos, escucha la voz de su comandante de arma gritar, “¡Cambia el cañón! ¡Cambia el cañón!”
En el sector de la 2ª Compañía el 1151º Regimiento de Fusileros Soviético ataca con dos batallones. Tres oleadas han caído sobre el hielo. La última, del tamaño de un batallón, se encuentra ya encima de los defensores.
Los rusos irrumpen en las posiciones y buscan a las dotaciones de las ametralladoras. Matan a los granaderos en sus pozos de tirador. Entonces se reorganizan. A menos que sean expulsados mediante un contraataque inmediato, las cosas se van a poner muy feas para los motociclistas del destacamento de reconocimiento de la Leibstandarte. El acceso sur a Rostov se encuentra en peligro.
Infantería soviética al asalto.
Las cosas también se están poniendo peliagudas en el sector de la 1ª Compañía. Aquí están atacados dos regimientos de fusileros soviéticos, el 177º y el 248º. Su oleada más adelantada se encuentra a apenas 20 metros de las líneas alemanas. Justo entonces tres cañones autopropulsados alemanes, con granaderos montados sobre ellos, llegan al sector de la 2ª Compañía con el esperado contraataque y rodean a los rusos que han logrado irrumpir. Seis oficiales y 390 soldados se rinden. La mayoría de ellos están heridos. Más de 300 soviéticos muertos quedan tendidos ante las líneas alemanas.
La lucha feroz se prolonga a lo largo de toda la jornada. Al día siguiente, 26 de noviembre, los rusos vienen otra vez. Y al día siguiente.
El 28 de noviembre, los rusos están dentro de las posiciones de la 1ª Compañía. Son unidades de la 128ª División de Fusileros, reclutada en julio y traída desde Krasnodar para su bautismo de fuego. El SS Obersturmführer Olboeter decide lanzar un contraataque inmediato, pero esta vez con sólo treinta hombres y dos cañones autopropulsados. En primer lugar, no obstante, Olboeter tiene que cortar sus botas separándolas de sus pies congelados. Se envuelve los pies y las piernas en vendas de gasa, trozos de franela y dos sábanas de caballo, atándolo todo con cuerdas. A continuación se encarama al primer cañón autopropulsado. “¡En marcha!” es todo lo que dice. “¡En marcha!”
Olboeter es un táctico experimentado. Con un cañón autopropulsado ataca sobre el ala izquierda mientras ordena al otro circunnavegar al la posición enemiga hasta que surge, escupiendo fuego, por el flanco derecho ruso. Manteniéndose cerca de los cañones autopropulsados y disparando sin detenerse, los hombres de Olboeter se abren paso hasta el interior de las líneas rusas. A pesar de sus pies congelados envueltos en mantas, el SS Obersturmführer sigue apareciendo a la izquierda y a la derecha de su cañón de asalto, dirigiendo las operaciones, dando órdenes, echándose sobre la nieve y disparando su fusil ametrallador.
El combate se prolonga durante dos horas. Después de eso, Olboeter regresa con tres docenas de prisioneros. Ha aplastado la posición enemiga. Los soviéticos, cogidos por sorpresa y agotados, se retiran al otro lado del Don. Una vez más se ha revelado una típica debilidad de los rusos: los mandos inferiores no son lo suficientemente elásticos para explotar éxitos locales y convertirlos en éxitos a gran escala. En la reconquistada posición yacen 300 rusos muertos. Pero entre ellos, también, yacen la mayoría de los oficiales y motociclistas de la 1ª Compañía del destacamento de reconocimiento del SS Obersturmbannführer (Coronel) Meyer.
Tanques soviéticos avanzan sobre Rostov.
¿Pero qué puede cambiar un éxito local? Los rusos regresan. Impasiblemente sus ataques en masa se estrellan contra la línea de combate tenazmente defendida de los alemanes. E incluso el mayor de los heroísmos no puede dejar pasar por el alto el hecho de que las unidades alemanas dentro y alrededor de Rostov son simplemente demasiado débiles. Tres vapuleadas divisiones, cuyas compañías apenas cuentan con un tercio de sus efectivos, no pueden soportar a largo plazo los incesantes ataques de quince divisiones soviéticas de fusileros y de caballería apoyadas por varias brigadas acorazadas.
De nuevo, la decisiva debilidad alemana se ha hecho patente: recursos insuficientes. El frente del III Cuerpo tiene 115 kilómetros de longitud. No puede ser sostenido con las fuerzas disponibles. El Mariscal von Rundstedt se da cuenta de esto, telefonea al Jefe del Estado Mayor y a los Cuarteles Generales del Führer, y pide permiso para abandonar Rostov.
Pero el Führer no quiere ni oír hablar de una retirada. Se niega a creer que los rusos son más fuertes; predica dureza cuando sólo el sentido común puede salvar la situación. En consecuencia, Rundstedt recibe órdenes de quedarse donde está.
Detalle de la ofensiva soviética contra Rostov y retirada alemana.
Sin embargo, esta vez el Führer ha juzgado mal a su hombre. El veterano Mariscal se niega a obedecerle, y el Führer le releva del mando. El Mariscal von Reichenau, hasta entonces Comandante en Jefe del Sexto Ejército, asume el mando del Grupo de Ejércitos Sur e inmediatamente detiene la retirada que Rundstedt, con prudente anticipación, ya ha puesto en marcha.
Ni siquiera Reichenau puede cerrar los ojos a la cruda realidad. Veinticuatro horas después de asumir el mando del Grupo de Ejércitos, a las 15:30 horas del 1 de diciembre de 1941, telefonea a los Cuarteles Generales del Führer: “Los rusos están penetrando al interior de la sobre-extendida línea alemana. Si se quiere evitar el desastre, el frente debe ser acortado – en otras palabras, retirado detrás del Myus. ¡No hay otro modo, mi Führer!”
Y lo que el Führer ha negado a Rundstedt veinticuatro horas antes, se lo ha tenido que conceder ahora a Reichenau: Retirada, la rendición de Rostov.
Aunque no haya sido en ningún modo un desastre esto ha supuesto el primer revés serio de la Wehrmacht en la guerra: la primera vez que se ha visto obligada a ceder una plaza importante. Ha sido una hábil “retirada elástica.” La mayor parte de la zona del Donets permanece en manos alemanas.
El avance del Grupo de Ejércitos Sur desde el comienzo de Barbarroja hasta hoy. La retirada de Rostov es poco menos que insignificante ante los grandes logros que ha obtenido la Wehrmacht.
Pero nada puede disfrazar el hecho de que los ejércitos alemanes en el este han sufrido su primera gran derrota. En los cuarteles del Ejército ante Moscú, en la finca de Tolstoi de Yasnaya Polyana, Guderian observa lúgubremente: “Ésta es la primera señal de alarma.”
Deutschlands Sieg, Europas Sieg!
Von Finnland bis zum Schwarzen Meer!
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