Al comenzar el mes de diciembre, todas las unidades del Grupo de Ejércitos Centro han realizado un último esfuerzo supremo por tratar de alcanzar Moscú, de la que tan sólo les separa un puñado de kilómetros.
El Cuarto Ejército de Infantería de von Kluge trató de infiltrarse hasta la autopista situada detrás de los Lagos Nara por medio de un movimiento envolvente. Hacia las 05:00 horas del día 1 de diciembre, el XX Cuerpo del General Materna lanzó su ataque contra la autopista situada al este de Naro-Fominsk empleando a la 3ª División de Infantería Motorizada y las Divisiones de Infantería 103ª; 258ª y la reforzada 292ª. El principal esfuerzo recayó sobre la 258ª División de Infantería, que ya había defendido el puente sobre el Nara en Tashirovo. Bajo temperaturas bajo cero los Landser atravesaron el complejo sistema de fortificaciones al sudeste y norte de la ciudad. La 292ª División de Infantería, reforzada con unidades del 27º Regimiento Panzer de la 19ª División Panzer rodó hacia el norte. El Coronel Hahne tomó Akulovo con sus tropas del cuartel general y el 2º Batallón del 507º Regimiento de Infantería; este pueblo se encontraba tan sólo a 7 kilómetros de la autopista y a 56 kilómetros de Moscú.
Una unidad motorizada alemana avanza por la estepa helada.
En el ala derecha del XX Cuerpo la 183ª División de Infantería se abrió paso hasta la autopista al oeste de Shalamovo con dos batallones del 330º Regimiento de Infantería el 2 de diciembre, y se atrincheró para una defensa en erizo. Durante la mañana del 3 de diciembre el 330º Regimiento de Infantería, sin encontrarse bajo presión enemiga, recibió órdenes de retroceder a sus posiciones de partida sobre el Nara, al sur de Naro-Fominsk.
La 3ª División de Infantería Motorizada y la 258ª División de Infantería lanzaron un ataque de flanqueo contra Naro-Fominsk. La temperatura era de 34 grados centígrados bajo cero y había un viento gélido que hacía que a las tropas les dolieran hasta los huesos. Por primera vez, los hombres se arrojaron a la nieve, llorando. “No puedo seguir.” Los batallones se encogían cada vez más por culpa de las congelaciones más que por la acción enemiga. Algunos batallones tenían tan sólo ochenta hombres.
En la 3ª División de Infantería Motorizada de Brandenburgo, el 1º Batallón del 29º Regimiento de Infantería perdió a todos sus comandantes de compañía durante los primeros días de combate. A la 5ª Compañía, que había comenzado esta ofensiva final con setenta hombres, tan sólo le quedaban veintiocho al caer la primera tarde. El comandante de la compañía resultó herido, los dos sargentos cayeron muertos, y de los otros nueve suboficiales cuatro estaban muertos y tres heridos. Así y todo, el 29º Regimiento de Infantería capturó Naro-Fominsk y condujo otros cinco kilómetros al este a lo largo de la autopista. Pero entonces el ataque quedó detenido a 38 grados centígrados bajo cero.
El único progreso hacia el este se produjo a la izquierda de la división, en el área de la 258ª División de Infantería. Había un grupo de combate al mando del 611º Batallón Antiaéreo que operaba en el flanco izquierdo de la división y que se estaba abriendo paso hacia el noreste a través de Barkhatovo y Kutmevo hasta Podazinskiy. De hecho, el “destacamento avanzado Bracht,” con el 53º Batallón de Reconocimiento, el 258º Batallón Panzerjäger, dos pelotones de la 1ª Compañía del 611º Batallón Antiaéreo y unos pocos cañones autopropulsados, tuvo éxito en avanzar hasta Yushkovo, a la derecha de la autopista. Desde ese punto tan sólo quedaban 44 kilómetros hasta el Kremlin.
Yushkovo: un ejemplo paradigmático de la situación general.
Al otro lado de la carretera se encontraba el pueblo de Burzevo. Este lugar miserable con una treintena de chamizos de paja en el lado más alejado de una plaza cubierta de nieve era el objetivo de las puntas de lanza de la 258ª División de Infantería.
Una aldea rusa con varias docenas de cálidas casitas. Hoy por hoy, lo más parecido a un paraíso para los soldados de la Wehrmacht.
A última hora de la tarde del 2 de diciembre, el 3º Batallón del 478º Regimiento de infantería se adentró en el pueblo de Burzevo a lo largo de la carretera Naro-Fominsk en dirección Moscú. Las unidades del 2º Batallón habían estado aguantando sus posiciones con desesperación durante varias horas ante los incesantes ataques enemigos. Las veinticinco o treinta chozas cubiertas de paja ejercían una atracción hipnótica sobre las tropas. El humo que salía hacia el cielo helado desde sus chimeneas prometía calientes estufas. No había nada que los hombres desearan más que un poco de calor. Se habían pasado la noche anterior en las viejas casamatas de cemento de un campo de instrucción de tanques al oeste del pueblo, donde los había sorprendido una repentina caída de las temperaturas hasta los 35 grados centígrados bajo cero.
Los granjeros colectivos habían estado empleando estas casamatas como gallineros. Las gallinas se habían ido, pero las pulgas habían quedado atrás. Fue una noche atroz. La única manera de escapar de las pulgas era encogerse detrás de los pedazos de cemento. Y allí el frío era sobrecogedor. Antes de que los hombres pudieran darse cuenta, sus dedos de las manos se habían vuelto blancos y los de sus pies se habían congelado hasta volverse insensibles en el interior de sus botas. Al amanecer, treinta hombres se presentaron en el puesto médico, algunos de ellos con congelaciones graves. Pero no se podía hablar siquiera de quitarse las botas – la pies se quedaría pegada a las suelas de las botas junto con los harapos en los que habían envuelto sus pies. No había suministros médicos para el tratamiento de las congelaciones. Tampoco había ningún transporte para llevar a las bajas hasta la principal estación de enfermería. Por lo tanto, los hombres congelados permanecieron con sus unidades y añoraron las cálidas casas de Burzevo.
Soldados alemanes se lanzan al ataque contra una aldea rusa.
El Comandante Staedtke redujo al mínimo a los centinelas y permitió que el resto de sus hombres se metieran en las casas con sus cálidas estufas. Allí se sentaron, acuclillaron o tumbaron, apelotonados como sardinas con la población civil rusa. Apilaron ladrillos en las estufas. Y cada hora, cada vez que algunos hombres salían fuera a relevar a los centinelas, se llevaban consigo un ladrillo – pero no para calentar sus pies o sus manos. El calor tenía que se reservado para algo más importante. Los ladrillos calientes se envolvían en pedazos de tela y se colocaban sobre los cerrojos de las ametralladoras para impedir que el aceite se congelase. Si un ruso emergía de pronto detrás de una pequeño montón de nieve, donde podría haber estado tumbado durante horas, los centinelas no se podían permitir que su arma se atascar. Así, acarreaban sus ladrillos y piedras calientes fuera cada hora para mantener sus armas calientes. Aquellos que eran relevados y regresaban dentro pensaban que estaban entrando en el paraíso.
Pero el paraíso no duró mucho – seis horas en total. A las 22:00 horas los rusos efectuaron otro ataque con T-34s. Sabían lo que querían. Dispararon sistemáticamente contra los tejados de paja de la aldea e incendiaron las casas de su propia gente. A continuación irrumpieron dentro del pueblo. La lucha continuó a la luz de las casas en llamas. El cañón de 88 mm acabó con dos tanques soviéticos, pero después recibió un impacto directo. Los cañones autopropulsados y los T-34s se persiguieron entre las casas incendiadas. La infantería se apostaba en los jardines, detrás de los hornos de pan y en los sótanos de almacenaje. El teniente Bossert con un destacamento de asalto de la 9ª Compañía, se enfrentó a los T-34s con viejas minas antitanque rusas.
Media docena de los monstruos rojos quedaron inmóviles en la calle del pueblo, consumidos por las llamas. Pero dos o tres cañones autopropulsados alemanes quedaron también fuera de combate. Uno de ellos ardió justo delante del jardín donde el Dr. Sievers, del Cuerpo Médico, había organizado su estación de enfermería en un sótano de almacenaje de patatas. Pingel, su suboficial médico, inyectaba morfina incesantemente para aliviar el dolor de los heridos. Llevaba su equipo en el bolsillo de su pantalón porque si no sus ampollas se congelarían. Por supuesto, no estaban estériles, ¿pero qué sentido tenía la asepsis en esas condiciones? Lo principal era ayudar a los heridos que permanecían tendidos sobre el suelo a tan bajas temperaturas.
Cuando salió el sol, el 23º Batallón todavía se aferraba a las ruinas de Yushkovo. Seis T-34s permanecían en el pueblo, reventados o inutilizados. La infantería rusa no regresó. El ataque había sido rechazado. También quedó claro que estaba fuera de toda consideración cualquier nuevo avance hacia Moscú. Los hombres estaban acabados. Setenta heridos graves se hacinaban en el congelado sótano de las patatas. Finalmente llegó la orden de abandonar Yushkovo y retirarse de nuevo detrás del Nara. Había llegado el momento en que todo el Cuarto Ejército suspendía su ofensiva y llamaba a sus puntas de lanza de vuelta a las líneas de partida.
El Dr. Sievers ordenó que se cargase a los heridos en los carromatos arrastrados por caballos que habían llegado a la línea durante la noche con municiones y víveres. Pero no había sitio suficiente para ellos. Los destartalados vehículos se encontraban igualmente cargados de heridos y enganchados como trineos al tractor del cañón de 88 mm. Los casos más graves fueron colocados sobre los cañones autopropulsados. Los muertos quedaron atrás, sin enterrar. Era casi como una retirada napoleónica.
Tan pronto como las columnas abandonaron el pueblo, los rusos comenzaron a cañonearlas. Los proyectiles estallaban entre las columnas. Los caballos que arrastraban dos carros de heridos cayeron. Los carros volcaron. Los heridos gritaron desesperadamente pidiendo ayuda. De pronto, las siluetas de los tanques rusos aparecieron en el borde del bosque enfrente.
“¡Tanques rusos!” Cundió el pánico. Escapar era el único pensamiento. Por primera vez, el Dr. Sievers empuñó su pistola. “¡Pingel, Bockholt, allí!” Los tres hombres –el doctor y los dos suboficiales médicos- se situaron en la carretera, esgrimiendo sus pistolas. El gesto fue suficiente. Abruptamente, la razón prevaleció una vez más. Los heridos volvieron a ser cargados en los carromatos. Doce hombres sujetos con arneses a cada uno de los carros. Pingel dirigió uno y Bockholt al otro.
Al trote se dirigieron al trozo de bosque donde el último cañón autopropulsado se había colocado en posición y donde las columnas arrastradas por caballos los aguardaban. El 4 de diciembre habían regresado detrás del Río Nara.
Todo el frente queda detenido.
Todo el frente queda detenido.
Detalle del avance alemán al noroeste de Moscú, donde la Wehrmacht ha conseguido situarse a tiro de piedra de la capital soviética.
En el día de hoy, 5 de diciembre, las formaciones de asalto del Tercer Ejército Panzer y del Cuarto Grupo Panzer en el ala izquierda del Grupo de Ejércitos Centro se encuentran entablando un furioso combate ofensivo a lo largo de un amplio arco al norte y noroeste de Moscú. Sobre el Canal Moskva-Volga, a poco más de 65 kilómetros del Kremlin, la 7ª División Panzer mantiene su posición barrera al oeste de Yakhroma. Unos 40 kilómetros al sur, el grupo de combate Westhoven de la 1ª División Panzer, operando en conjunción con unidades de la 23ª División de Infantería, está atacando vía Belyy Rast hacia el sudeste y este en dirección al cruce sobre el canal al norte de Lobnya. El Batallón Motociclista, reforzado por tanques y artillería, ha tomado a última hora de la tarde Kusayevo, situado unos dos kilómetros al oeste del canal y a unos 35 kilómetros al norte del Kremlin. En Gorki, Katyuskhi y Krasnaya Polyana -con su punto más oriental todavía a unos 16 kilómetros de Moscú- las tropas de la 2ª División Panzer Vienesa se encuentran entablando un duro combate. El mismo tipo de combate defensivo está teniendo lugar en todos los sectores vecinos, con Cuerpos Panzer XLVI y XL, así como los Cuerpos de Infantería IX y VII del Cuarto Grupo Panzer.
En Katushki –uno de los puntos fuertes avanzados más sudorientales de la 2ª División Panzer- el reforzado 1º Batallón del 304º Regimiento de Infantería a las órdenes del Comandante Buck, combate furiosamente. Katyushki se encuentra tan cerca de Moscú que a través de su telescopio de trinchera en el desván de la granja situada junto a la iglesia el Comandante puede observar la vida en las calles de la ciudad. Parece que está al alcance de su brazo. Pero su brazo es demasiado corto. La fuerza de sus tropas es insuficiente.
El 4 de diciembre llegaron algunos pocos más abrigos de invierno y algunos pares de calcetines largos de lana gruesa. Por la radio, simultáneamente, llegó el anuncio: “Atención, advertencia de helada. Las temperaturas caerán a 35 grados bajo cero.” De ninguna manera han sido surtidos todos los hombres del 1º Batallón con abrigos. También ha habido muchos días en los que apenas han podido llevarse a la boca nada más que un bocado de comida caliente. Pero incluso eso no es lo peor. Lo peor es la escasez de armas y municiones. A los Panzerjäger tan sólo les quedan dos cañones antitanque de 5 cm y el regimiento de artillería se ha reducido a un tercio de sus piezas. Con este tipo de material se espera que capturen Moscú. Con los termómetros entre 30 y 40 grados centígrados bajo cero.
Esto es lo que ven los hombres de la 2ª División Panzer a través de sus prismáticos: las dachas de las afueras de Moscú.
Lo que los hombres al aire libre ha tenido que soportar durante estos días, con sus ametralladoras o cañones antitanque, encogidos en sus agujeros abiertos en la nieve, raya en lo fantástico. Han llorado de frío. Y también han llorado con furia y desconsuelo: han llorado porque se encuentra a tiro de piedra de su objetivo y sin embargo han sido incapaces de alcanzarlo. Durante la noche de hoy, las divisiones más avanzadas han recibido órdenes de suspender las operaciones ofensivas. La 2ª División Panzer se encuentra en ese momento a 16 kilómetros al noroeste de Moscú.
Mit unsern Fahnen ist der Sieg!
Führer befiehl, wir folgen Dir!
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