En esta guerra de invierno que está teniendo lugar en el Frente Este, las líneas del frente no se hallan perfectamente delimitadas; incluso en algunos sectores se carece de línea. En esta situación, muchas unidades alemanas están siendo aisladas y rodeadas por las tropas soviéticas.
Así se encuentra una pequeña unidad alemana perteneciente a la 290ª División de Infantería Alemana que defiende Vzvad, población situada en la desembocadura del río Lovat, al sur del lago Ilmen. El Capitán Günther Pröhl, jefe de la Sección de Cazadores Antitanques, está al mando de los 543 hombres que componen la guarnición, restos del 290º Batallón Panzerjäger y de otras unidades que han podido refugiarse en Vzvad al ser copados sus puestos por el avance enemigo. Dentro de unos días estudiaremos los detalles de su heroica hazaña.
La mañana del jueves 8 de enero de 1942, el destacamento de Vzvad lucha por sobrevivir sin que el X Cuerpo de Ejército alemán pueda enviar una expedición de socorro. La petición de ayuda se traslada al 16º Ejército, cuyas fuerzas se hallan empeñadas en la batalla de Staraya Russa. El alto mando alemán quiere encontrar una unidad disponible para enviarla a Vzvad y de pronto se acuerda del destacamento de reconocimiento español sobre esquíes, una de las pocas unidades de la Wehrmacht capaces de marchar sobre el hielo del lago Ilmen.
En el Cuartel General de la 250ª División (Spanische División 250, la División Española de Voluntarios), sito en Grigorovo, se estudian los mapas de la zona. Vzvad se sitúa a una treintena de kilómetros del límite meridional del sector adjudicado a la División Azul. La orden es clara: hay que liberar a la guarnición sitiada. El Cuerpo de Ejército carece de reservas, sólo queda lo que pueda disponer el mando español. En la Comandancia del Grupo de Exploración y Explotación 250, situada en Staraia Rakoma, la Plana Mayor intuye lo que se avecina.
El desafío al que se enfrentan los esquiadores de la División Azul: atravesar el Lago Ilmen hasta Vzvad.
Patrullas y destacamentos enemigos, dotados de esquíes, patines y raquetas, venían atacando con frecuencia y por sorpresa a lo largo de la costa del Ilmen, numerosos puestos de vigilancia y posiciones aisladas españolas. Los soviéticos, envueltos en blancos blusones de camuflaje, surgían de las tinieblas de la noche deslizándose velozmente por la superficie helada del lago, lanzaban sus granadas y disparaban sus ametralladoras Maxim, emplazadas en ligeros trineos de mano, y desaparecían cual fantasmas en dirección este, dejando atrás unos cuantos cadáveres, unas isbas incendiadas o unos búnkeres volados.
Para repeler estos ataques e impedir la infiltración de fuerzas enemigas por las zonas desguarnecidas o desenfiladas del subsector, mandado por el comandante Ángel Sánchez del Águila, jefe de los exploradores, el General Muñoz Grandes ordenó la formación de la Compañía de Esquiadores al teniente José Otero de Arce. La Comandancia se estableció en el poblado de Babky y la misión de los esquiadores era la de patrullar continuamente por el borde del lago cubriendo un frente de ocho kilómetros, distancia comprendida entre el norte de Babky y el sur de Spasspiskopez. La División Azul iba a contar con una unidad móvil capaz de acudir con rapidez al lugar donde se la requiriera.
Los españoles tampoco cuentan con reservas; el Regimiento 269º está muy mermado de efectivos, el 262º defiende Novgorod y el 263º se extiende por todo el frente que corresponde a la División. Alguien sugiere que pueden disponer del grupo de esquiadores.
La Compañía de Esquiadores tiene su puesto de mando en Samokrazha, una fuerza mixta de aproximadamente dos centenares de hombres al mando del capitán José Manuel Ordás Rodríguez. La fuerza recibe orden de trasladarse a Spasspiskopez.
Un viento ululante que soplaba por la despejada amplitud del lago Ilmen y arrastraba la nieve en remolinos, envolvía la desvencijada isba (cabaña, vivienda rural de madera) que servía de caseta de radio a la Compañía de Esquiadores. El operador de radio Varela escucha la voz que le indica: "La División al teléfono". Tras unas cuantas frases, Varela sale corriendo afuera y busca al comandante Sánchez del Águila; una vez de vuelta a la emisora, coge el receptor.
Finalizada la conversación despliega un mapa sobre la mesa de madera de abedul. En la parte superior, a la izquierda, figura la escala: 1:100.000; en el centro un nombre: Novgorod; a la derecha los cartógrafos de Estado Mayor han escrito: Blatt Nr. 0-36 VII Ost. El comandante localiza la posición de Vzvad, a treinta kilómetros en línea recta de donde se encuentra.
El general Agustín Muñoz Grandes había depositado su confianza en la Compañía de Esquiadores, dijo a sus oficiales. Debían disponerse a partir a la mañana siguiente, en diagonal atravesando el lago, lo más rápido que el tiempo y la orografía permitieran. El cálculo del capitán era de ocho horas de origen a destino, no obstante consideró llevar provisiones para tres días. Nueve fusiles automáticos proporcionarían una potencia de fuego extra. Todos los reunidos comprendieron que se trataba de una gesta heroica.
Spasspiskopez era una aldea batida por el viento gélido del Ilmen de día, con 30 grados centígrados bajo cero si luce el sol, y de noche, con 55 grados bajo cero.
Hoy, sábado 10 de enero el termómetro se mantiene en los 32 grados negativos cuando los 206 hombres de la Compañía han formado con su indumentaria blanca de camuflaje. El viento, incesante y mordedor, les arroja nieve a la cara.
La columna de hombres, caballos, carruajes y el trineo ambulancia está dispuesta para partir. Los soldados, españoles, y los conductores, rusos aldeanos que acompañan a sus cabalgaduras y enseres, han cargado la impedimenta, las cajas de munición, las granadas de mano, las mantas, los sacos de víveres, los trípodes antiaéreos para fusil individual y ametrallador. A cada Pelotón se le ha asignado un trineo y los trineos transportan los cinco fusiles ametralladores procedentes del Batallón de Depósito 250, el famoso, heroico y diezmado Batallón de la Tía Bernarda; así como las bengalas de paracaídas de seda y el resto de la dotación. Dadas las condiciones climáticas y la orografía, nadie cree que la distancia vaya a cubrirse en las posibles ocho horas que se barajaban.
De la Comandancia sale el capitán Ordás a quien el teniente Otero de Arce, al frente de sus 154 esquiadores, da la novedad.
Forman seis Secciones de la Compañía Divisionaria de Esquiadores 250, mandadas por los tenientes Vicente Castañer Enseñat, Antonio García Porta y Jacinto del Val, y los alféreces Germán Bernabéu del Amo, Joaquín García Lario y Alfonso López de Santiago. Forma el personal de la Plana Mayor del teniente José Otero de Arce, jefe de la Compañía, compuesto de un sargento, tres cabos y doce soldados. A estas tropas se habían agregado tres tenientes, un sargento y tres guripas del Grupo de Exploración; los tenientes eran Bernardino Domínguez Díaz, jefe de la unidad, Pedro Sánchez Bejarano, médico, y el intérprete Constantino Alejandrovich, un ruso blanco que había combatido en La Legión durante la pasada guerra española y que había cruzado el Ilmen anteriormente en misiones de enlace, y los también intérpretes Willie Klein y Michael Schumacher, de la Wehrmacht. Otras fuerzas agregadas son las del Batallón de Depósito 250: un cabo y once soldados, y las del Grupo de Veterinaria: siete soldados. Más los dos sargentos, los dos cabos y los cinco guripas de la Plana Mayor de la 5.ª Compañía Divisionaria de Antitanques cuyo jefe, el capitán Ordás —considerado un héroe entre sus hombres por sus méritos en las contiendas del protectorado marroquí y en la reciente guerra civil— se trae consigo al hacerse cargo del mando de la agrupación de fuerzas que se dispone a partir hacia Vzvad.
Muñoz Grandes ha enviado a su ayudante, el capitán de Corbeta Manuel Mora Figueroa, a desearles buen viaje. "Vais a liberar a un batallón de camaradas alemanes", dice Mora Figueroa. "Cruzaréis el lago. La marcha será corta pero dura. Os enfrentaréis a fuerzas soviéticas superiores en número. Si alguno de vosotros está enfermo que lo diga ahora."
El capitán Ordás da la orden de partida. Los guías que señalan la dirección de marcha, Miguel Piernavieja y Marcos García, comprueban que al llegar a la orilla del lago la temperatura es de 56º bajo cero.
Las penalidades son continuas. El trineo ambulancia ya no puede acoger más congelados y exhaustos. El capitán Ordás cuenta las bajas y ordena que de se habilite otro trineo para el transporte a origen de los heridos y agonizantes.
"Cortando por ahí —señala con su bastón— alcanzaréis la costa entre las aldeas de Jerunovo y Jamok, junto a la desembocadura del río Veriasha. Debemos estar a su altura, poco más o menos. De allí subiréis por tierra hasta Spasspiskopez. ¡Ah, y decid a los nuestros que seguimos adelante!"
El arrojo y sacrificio de los españoles no será en vano. ¡La gloria eterna aguarda a los héroes que luchan contra el bolchevismo!
La Compañía de Esquiadores prosigue la penosísima marcha. El teniente Castañer y el sargento Cayetano Montaña animan a la tropa: "¡Vamos, chavales, que esto es una juerga!"
El lago es una llanura tortuosa y abrupta en el centro, con altos acantilados cerrando el paso de la columna, con anchas fisuras obstruyendo la marcha de hombres, caballos y trineos. Tampoco es una losa compacta; debajo de la plancha de hielo se mueven las aguas atrapadas y la presión de su oculta corriente es la que había resquebrajado la losa de vidrio, abriendo las grietas y elevando barricadas de acceso imposible. En los ventisqueros, los caballos se sumergen en la nieve por encima de los corvejones y los guripas se hunden hasta la cintura. La nieve errante, zarandeada por el viento, se acumula en los hoyos y las quebraduras.
El teniente médico del Grupo de Exploración y Explotación 250, Pedro Sánchez Bejarano, recorre la columna recomendando a los soldados que procuren respirar solamente por la nariz.
El sargento telegrafista informa al capitán Ordás que se ha estropeado la radio.
A la vanguardia de la columna sigue la 1.ª Sección de la Compañía de Esquiadores, mandada por el teniente Otero de Arce. El plan previsto al comenzar la marcha era que las Secciones se relevaran cada cierto tiempo en la cabeza; pero al tropezar con las primeras barreras y fisuras, la línea recta que hasta entonces formaba la columna se hace un ovillo, y la necesidad de bordear los obstáculos en busca de accesos acaba por desorganizar el orden inicial del avance.
El teniente Castañer dice: "Ya falta poco, muchachos." Los oficiales mienten a sabiendas. Y añaden: "¡Esto es una juerga para nosotros!"
El viento cargado de nieve pincha como agujas y empuja y derriba.
La radio ha vuelto a funcionar. A mediodía el Sol consigue rasgar la niebla pero no luce ni calienta.
Los taludes del lago alcanzan una altura de dos metros, las grietas se ensanchan y las simas son más negras y profundas.
El capitán Ordás ordena al sargento de Transmisiones que cada media hora comunique con el Cuartel General de Grigorovo. Pero el aparato TSH falla de nuevo. No hay manera de arreglarlo. "Tome el trineo y regrese a Spasspiskopez", ordena el capitán Ordás al sargento Varela. "Que le den un aparato nuevo y regrese inmediatamente."
Otras cinco bajas por congelación que son subidas a un trineo y puestas en camino de regreso.
El movimiento de la columna se entorpece, han de extremarse las precauciones y las medidas de seguridad. Se camina a ritmo de un kilómetro por hora y no se puede alzar la voz para evitar aludes y porque el enemigo puede estar al acecho.
Sobreviene el crepúsculo. Los sanitarios no dan abasto entablillando brazos y piernas, aplicando compresas de algodón hidrófilo, repartiendo sorbos de brandy, friccionando pies, manos y orejas y cargando en los trineos los cuerpos atacados por las dentelladas del frío. Las caballerías sufren como las personas.
A las cinco de la tarde es noche cerrada. No se ve más allá del hombre que va delante; si no fuese por el hilacho de luz rojiza de las linternas de los sargentos cualquiera creería estar solo en mitad del lago. Una sima se traga un trineo, incluido el caballo y la carga.
Un esquiador español sobre la nieve. En seguida se volverá a poner de pie. Tan sólo la muerte lo detendrá.
Los soldados pierden la noción del tiempo y el espacio; se insensibilizan los cerebros, se adormecen las ideas, se endurecen los pies, se acorchan las manos. Hasta que un grito despierta del falso sueño: "¡Alto! ¿Quién vive?" Es la voz del centinela de retaguardia. Responde el retornado: "¡España! ¡El sargento de Transmisiones!"
El capitán Ordás ordena la comunicación con la División y ahora es posible.
10 de enero. Nueve y media de la noche. Muñoz Grandes a Ordás: "La guarnición de Vzvad se sostiene valientemente. Es absolutamente necesario socorrerlos. El honor de España y el espíritu de la fraternidad de nuestro pueblo lo exigen. Todos estamos pendientes de los heroicos soldados de Ordás. Ánimo, tenéis la gloria en vuestras manos. Atacad resueltamente. ¡Arriba España!"
Respuesta: "Capitán Ordás a general Muñoz Grandes. Atacaremos. ¡Arriba España!"
¡Arriba España! ¡Viva la División Azul!
¡Muerte al comunismo!
¡Arriba España! ¡Viva la División Azul!
¡Muerte al comunismo!
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