Camaradas,
La mayor parte del Reino Unido se despierta bajo una mañana húmeda y lúgubre. Los pilotos de la RAF suspiran aliviados al observar sus aeródromos encharcados, pues saben que es muy posible que vayan a poder estar tranquilos un tiempo, aunque sea durante cuatro o cinco horas. Lo cierto es que la climatología adversa se mantiene durante todo el día, impidiendo las operaciones a gran escala.
Los británicos establecen una base aérea en Kaldadarnes, Islandia para colaborar en la protección de convoys. Anteayer llegó a la isla el personal de tierra y hoy lo ha hecho la dotación aérea. Por el momento, la base tan sólo estará dotada con desfasados aviones Fairey Battle.
La ocupación de Islandia por parte del Reino Unido es un acontecimiento muy poco comentado, sobre todo en las esferas de las mal llamadas “democracias” que tan proclives son a aplicar dobles raseros.
Puertos y aeródromos principales de Islandia y fecha de ocupación británica.
Precisamente el pasado 10 de mayo de 1940, al mismo tiempo que la Wehrmacht iniciaba la Ofensiva en el Oeste, tropas británicas desembarcaban sin previo aviso en Reykajvík, capital de la neutral Islandia. Sin encontrar apenas resistencia, las tropas del Imperio anglosajón se movieron con rapidez para dislocar la red de comunicaciones, asegurar los puntos estratégicos y, por supuesto, arrestar a ciudadanos alemanes inocentes. Requisando medios de transporte locales, las tropas se trasladaron a Hvalfjörður, Kaldaðarnes, Sandskeiði y Akranes para asegurar las zonas de desembarco donde podría tener lugar un contraataque alemán.
Por la tarde del mismo 10 de mayo, el gobierno de Islanda emitió una protesta, denunciando que la neutralidad de Islandia había sido “flagrantemente violada” y “su independencia infringida” y advirtiendo que esperaban compensaciones por todo el daño que se les había hecho. Los británicos, claro está, les prometieron toda clase de compensaciones, acuerdos mercantiles favorables, no interferencia en los asuntos islandeses y la retirada de todas las fuerzas al final de la guerra. Resignándose a la situación, las autoridades islandeses decidieron convertirse en colaboracionistas y comenzaron una cooperación de facto con las tropas de ocupación que se prolonga hasta hoy.
Los invasores británicos se retratan en Reykajvik.
Este capítulo representa un curioso ejemplo de la doble moral de los Aliados. ¿Cuántas páginas no habrán llenado sus periódicos denunciando la agresión del Reich a estados neutrales soberanos, tales como Polonia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda o Luxemburgo? En todos aquellos casos en que se vio forzada a emprender acciones militares contra países neutrales, Alemania ofreció a dichos estados neutrales la posibilidad de llevar a cabo una ocupación pacífica durante el tiempo que durase la guerra contra los anglo-franceses respetando mientras tanto su independencia y autogobierno. Véanse sino los memorandums que se entregaron a los respectivos embajadores en vísperas de las operaciones escandinava y occidental los días 9 de abril y 10 de mayo.
Además, en el caso de Dinamarca, Noruega y los Países Bajos, las acciones del Reich se basaron en la existencia real de una amenaza contra su seguridad. El propio curso de los acontecimientos demostró que si la Wehrmacht se adelantó a intervenir en Escandinavia, fue sólo por unas horas de diferencia respecto a las operaciones de desembarco que los Aliados ya habían iniciado. En el caso de los Países Bajos, en nuestras manos teníamos documentos cuyo contenido corroboró el posterior desarrollo de la campaña en el Oeste y la información desclasificada tras la victoria, acerca del plan conjunto de agresión al Reich que los Altos Mandos de las “neutrales” Bélgica y Holanda habían consensuado con los de Gran Bretaña y Francia. Precisamente la maniobra conjunta que sus Ejércitos habían coordinado con tanta minuciosidad fue lo que terminó por cercarlos y llevarlos a la ruina de Dunkerque. El caso de Polonia merece un capítulo aparte; el Reich no hizo sino responder a la agresión polaca después de incontables intentos por llegar a un acuerdo amistoso con respecto al problema del Corredor. Polonia, jaleada en sus ambiciones por el Reino Unido y Francia, no sólo no se avino a negociar con el Reich, sino que incluso llegó a codiciar la ampliación de sus fronteras a nuestra costa. A la hora de la verdad, sus “amigos” anglo-franceses la dejaron en la estacada evidenciando que no era Polonia la que les interesaba, sino tan sólo la obtención de un pretexto para declarar la guerra a la Alemania Nacionalsocialista.
Tropas islandesas, ahora al servicio de los británicos.
La invasión británica de Islandia, por el contrario, al igual que la de las Islas Faroe, no ha respondido a ninguna amenaza alemana. Al Reich no se le ha pasado nunca por la cabeza llevar a cabo ninguna operación en Islandia, y eso lo saben bien los británicos y cualquier hombre de bien con dos dedos de frente. La realidad es que Islandia y las Islas Faroe constituyen un enclave estratégico que les viene bien a los británicos, sin más, y por ello es que han decidido ocuparla. El respeto a la neutralidad, el derecho internacional, la libertad, la democracia y toda la demás palabrería por el estilo con que les gusta llenarse la boca tan a menudo se la trae al pairo.
Por eso, queremos dejar constancia aquí de lo que constituye un capítulo más en la historia de expansionismo y dominación de los más débiles del Imperio Británico. Un capítulo de lo más significativo en tanto en cuanto ha tenido lugar durante la guerra por la libertad y la democracia que el señor Churchill proclama defender. Quiera Dios que la Historia no lo olvide y lo tenga en cuenta a la hora de juzgar y declarar culpables e inocentes.
Es lebe Nationalsozialismus!
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