Hace poco más de un mes desde que la Unión Soviética invadiera Finlandia y desde que su capital viera aviones soviéticos volar sobre ella y dejar caer bombas sobre sus calles y casas. Sin duda, la maniobra que Josef Stalin había imaginado era una especie de “Blitzkrieg” a la rusa, una “molnyenosnaya voina”. Pero no ha resultado ser así. En treinta y nueve días de lucha en el que Stalin ha sacrificado muchos miles de rusos, el coloso rojo, con una población de 180 millones de personas y una superficie de una sexta parte del área terrestre del globe, sólo ha sido capaz de infringir leves daños sobre las fronteras de este pequeño país de menos de cuatro millones de almas.
Los rusos han avanzado unas pocas millas a través del istmo de Carelia y han sido rechazados detrás de Viipuri. La lucha continúa en el frente del istmo en una aparente estabilidad sobre la línea Mannerheim, aunque no hay que olvidar que han sido los rusos quienes han soportado la mayor parte de las pérdidas de hombres y equipo. El Ejército Rojo ha realizado incursiones exitosas en el lejano norte, pero estas no han reportado ventajas militares significativas y posteriores ofensivas han quedado congeladas en el frío ártico. En la “cintura” de Finlandia, en el sector de Suomussalmi, Rusia está recibiendo uno de los más severos reveses de su historia y es seguro que apenas va a poder atacar de nuevo en ese sector durante algún tiempo. Más al sur, en el frente al norte del lago Ladoga, los finlandeses han dado una réplica tan contundente a los rusos que incluso han llevado la guerra a territorio soviético.
Los soviéticos se jactaban de que su ejército era el más mecanizado del mundo. Toda la prensa soviética proclamaba la invencibilidad de su poder militar. Luego, para mayor ironía, Stalin dijo y sus oficiales y periodistas lo repitirían durante años, que la Unión Soviética no codiciaría un solo centímetro cuadrado de territorio extranjero, pero que en cambio combatiría hasta la muerte a cualquiera que se atreviera a poner su bota en suelo soviético.
¿Cuáles son las razones para esta derrota? Una, por supuesto, es el inesperado poder de resistencia de los finlandeses, pero ante una realidad numérica y material tan apabullante, no puede ser esta la única razón. En efecto, detrás subyacen otros problemas como son el sistema de distribución fantásticamente caótico del régimen soviético, la adoración cuasi-pueril que sienten los soviéticos hacia cualquier “juguete” mecánico y, por último pero no por ello el menos importante, el efecto devastador de la purga de 1937 en el Ejército Rojo y en toda la estructura soviética.
Ilustración sobre la Gran Purga. Sin palabras.
En efecto, la purga que se llevó a cabo en las filas del Ejército Rojo dio al traste con todo su comando operativo, encabezado por el Mariscal Rukashevsky, Vice Comisario de Defensa, y destruyó el ochenta por ciento si no más de la oficialidad. Al mismo tiempo el ejército fue sometido al control político directo de Stalin mediante la reintroducción del sistema militar de comisarios, lo que situaba a los comandantes de las tropas por debajo de hombres del Partido Comunista, miembros de la temida pero militarmente incapaz GPU.
Los primeros cinco Mariscales de la Unión Soviética en noviembre de 1935: Mikhail Tukhachevsky, Semyon Budyonny, Kliment Voroshilov, Vasily Blyukher, Aleksandr Yegorov. Sólo Voroshilov y Budyonny sobrevivieron a la Gran Purga.
El pasado agosto, todavía en tiempo de paz, la condición de la población civil rusa era la de la población de un país derrotado al final de una larga y agotadora guerra. Y un mes más tarde, cuando el Ejército Rojo se movilizó para entrar en la moribunda Polonia, el ya de por sí lamentable sistema de abastecimiento de víveres de Moscú se deshizo prácticamente en pedazos.
Y si era un problema ya asegurar el abastecimiento de civiles en tiempo de paz, es evidente que el país debe encontrarse en serias dificultades a la hora de garantizar los suministros de un ejército en el extranjero, incluso aunque se trate de un país tan cercano como Finlandia.
Este problema de suministro y el miedo de que la diminuta fuerza aérea finlandesa podría bombardear Leningrado en represalia si los aviones soviéticos volviesen a bombardear Helsinki, probablemente explique por qué los aviadores soviéticos no se han atrevido a bombardear en masa la capital finlandesa tal y como hiciera el Reich contra Varsovia. Los soviéticos han tenido siempre una importante falta de gasolina de alto octanaje para los aviones y el Ejército Rojo debe utilizar su preciosa gasolina con mucho cuidado.
En cuanto a los tanques, que parecían tan invencibles en los desfiles de la Plaza Roja, ahora parecen vulnerables a cualquier enemigo que esté dispuesto a mantenerse en el terreno. Los frentes finlandeses se encuentran llenos de restos de estas máquinas, y abrir las puertas de uno de ellos supone encontrarse los sobrecogedores esqueletos de la tripulación quemada hasta la muerte.
Puede haber pocas dudas de que Stalin subestimó ampliamente a los finlandeses cuando ordenó marchar sobre su país. Tanto fue así que las primeras tropas que los finlandeses encontraron fueron soldados coloniales rusos, esto es, hombres de Asia Central. Desde entonces han sido desplegadas tropas mucho mejores, pobres diablos como los que fueron masacrados sobre el hielo del lago Kyanta justo antes de Nuevo Año.
Prisioneros soviéticos comen caliente por primera vez en semanas.
Algunos de estos soldados, capturados por los finlandeses en el frente del istmo, presentan la convincente imagen de un avance poco decidido contra un enemigo que, por lo que les habían dicho, los torturaría si caían en sus manos, todo ello bajo las amenazas, a su retaguardia, de comisarios políticos preparados para disparar si se negaban a avanzar.
Estos hombres no son como aquel ejército de aspecto confiado que se ve en los desfiles de Moscú. Su moral es tan baja –incluso si uno admite que sólo son las peores tropas que los soviéticos tienen- y las cartas que se han encontrado entre sus pertenencias sacaban a relucir tal descontento que uno se pregunta cómo ha podido Stalin salir airoso de este fracaso sin que haya cundido el caos en su Imperio Comunista.
Nadie, sin embargo, que haya conocido a Rusia en el pasado cree que sea probable que se desmorone del todo por la simple razón de que ha estado en un estado crónico de desmoronamiento durante tantos años y sin embargo nada ha sucedido. Los finlandeses saben esto mejor que nadie en el mundo fuera de Rusia, y lo más probable es que, aunque un millón de cadáveres soviéticos tiñan la nieve con su sangre, Rusia acabe venciendo.
Es lebe Josef Stalin!
Esto... ¿a la entrada no le falta todo el texto? Sólo pone "Camaradas, " :)
ResponderEliminarLo siento, camaradas. Un pequeño contratiempo que ya está resuelto. Espero que os guste el análisis.
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