Camaradas,
La publicación del Libro Amarillo Francés sobre Documentos Diplomáticos 1938-1939 constituye el epítome de la mentira, una Biblia de las calumnias concebida única y exclusivamente para cubrir con falacias todas las maquinaciones diplomáticas que Francia ha llevado a cabo durante estos dos últimos años.
A través de todo el Libro Amarillo se desprende una constante preocupación, apoyada en documentos taimadamente escogidos, para explicar la tesis francesa del conjunto que forma el origen de esta guerra. Este esfuerzo demostrativo se refiere principalmente a las relaciones franco-alemanas a partir de octubre de 1938. Francia quiere dar la impresión de que, incluso después de la Conferencia de Munich, nunca había renunciado a su papel ni a su misión política en la órbita de la Europa Oriental que, de por sí, interesa vitalmente a Alemania.
Primera página de la edición norteamericana del Libro Amarillo Francés.
El Libro Amarillo miente al afirmar que Francia había vinculado su reconciliación con Alemania (Conferencia de París de 6 de diciembre de 1938) a la condición de poder mantener todo su sistema de alianzas. La verdad es, y esto lo saben los franceses, que en Munich se había dejado fijada una orientación completamente nueva de la política europea. Poco después de la conferencia de Munich, el senador Aimé Berthod en el Congreso del Partido Radical Socialista, que gobernaba entonces, dijo ya que el sistema de pactos que Francia había mantenido era una red de complicaciones impracticables. Berthod se había mostrado partidario de que Francia se limitase a defender los intereses vitales de nación navegante, africana y colonial, en vez de desempeñar el peligroso y desagradable papel de guardia o de banquero. También entonces, la Prensa oficiosa como Le Temps, destacaba la opinión de Berthod y, creyendo en estos indicios de una nueva conducta, fue posible llegar a la firma del Tratado de Amistad Franco-Alemán de París el 6 de diciembre.
Aimé Berthod y Georges Bonnet, políticos franceses partidarios de la reconciliación franco-alemana.
También cabe recordar las conversaciones Ribbentrop-Bonnet, en las que el primero declaró, entre otras cosas, que una Alemania fuerte no podría aceptar alianzas militares como la de Checoslovaquia, añadiendo que si Francia respetara en lo futuro la esfera de los intereses alemanes, la liquidación de obstáculos entre los dos países podría ser definitiva. Georges Bonnet afirmó por su parte que, a partir de Munich, todo había cambiado radicalmente y que Francia debía reconocer la esfera de influencia alemana en el este de Europa.
Aunque, como todos sabemos, las democracias son maestras en desdecirse y cambiar las tornas, o al menos hacer que las masas se lo crean. Al fin y al cabo juegan siempre con la memoria colectiva, tan manipulable y tan volátil que hace que lo que atestiguan las hemerotecas no tiene validez ante la última declaración de un político con talante.
Es lebe Nationalsozialismus!
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