Camaradas,
Winston Churchill, sin duda bajo los efectos de algún licor de alta graduación con que se ha querido regalar con motivo de las fiestas navideñas, ha tenido la osadía de dirigirse hoy por radio al pueblo italiano diciendo, entre otras cosas:
La imagen de un Duce sobrio y solemne superpuesta a la del bandido alcohólico. Quién diría hoy que entre estos dos hombres ha habido una gran amistad de veinte años de duración.
"Os dirijo lo que los diplomáticos llaman palabras de verdad y respeto. Estamos en guerra —cosa que parece extraña si se tiene en cuenta que Italia e Inglaterra han sido siempre amigas—. Nosotros fuimos los campeones del resurgimiento italiano. En la última guerra fuimos camaradas y después, durante quince años, amigos. Aunque las instituciones que Italia adoptara, después de la Gran Guerra no correspondían a las nuestras, podíamos todavía marchar de acuerdo, en paz y con buena voluntad."
"Ahora estamos en guerra, y estamos sólo al principio de esta tragedia que nadie sabe dónde, terminará. Todo lo ocurrido se debe a la voluntad de un hombre que ha lanzado al pueblo italiano a la lucha contra el Imperio británico y ha privado a Italia de la simpatía de Estados Unidos. Yo no niego que sea un gran hombre, pero nadie puede negar que después de dieciocho años de poder sin restricciones ha llevado a su país a los bordes de la ruina en contra de los deseos de su país. Esta es la tragedia italiana."
Durante la Huelga General de 1924 en Inglaterra Churchill sugirió utilizar ametralladoras contra los mineros huelguistas. En aquella época, Churchill editaba el periódico del gobierno British Gazette y en esta disputa escribió que "o el país rompe la huelga general o la huelga general romperá al país". Es más, la polémica en torno a Churchill se agudizó cuando comentó que el régimen fascista de Benito Mussolini había "rendido un servicio al mundo, pues había enseñado como se combaten la fuerzas de la subversión". Consideraba que este régimen había servido como baluarte en contra de la revolución comunista. Quién le ha visto y quién le ve, señor Churchill.
Líbreme Dios de censurar al señor Churchill, a quien, desde su punto de vista inglés, le sobra razón para usar todas las armas de que pueda servirse; pero su razón, aunque esto parezca paradójico, es una razón desrazonada porque no hay italiano legítimo que se la trague. No vale adorar la peana y odiar al santo. Los italianos verdaderos saben que ya, al cabo de los diecinueve años de la resurrección de su pueblo, Duce, Fascismo e Italia son una sola unidad imprescindible. Yo me atrevo a afirmar también que quien es enemigo de Mussolini no puede ser amigo de Italia. Y nada más.
Es decir, de la misma manera que Inglaterra no es enemiga de Alemania, sino de Adolf Hitler, Inglaterra no es enemiga de Italia, sino de Mussolini, que conduce a su pueblo a la ruina contra la voluntad y la conveniencia de toda la nación italiana; ni el Rey ni el Ejército ni los ciudadanos quieren lo que quiere Mussolini y éste es un monstruo con un poder misterioso que se impone a todo su pueblo y del que Inglaterra quiere salvarlo.
Algunas mentes cándidas a quienes el optimismo les pudre, han creído advertir bajo las palabras de Churchill una velada propuesta de paz. No hay tales carneros, sino más bien gatos taimados. El ataque en Egipto, iniciado con buen éxito y atascado a las puertas de Bardia, no tenía fin estratégico verdadero. A los ingleses les ha parecido eficaz infligir una derrota a. las armas italianas que sembrase el desconcierto en el pueblo y descontento contra el régimen para ganar la guerra no con las armas, sino por descomposición interior de la nación enemiga. Cuando el Ejército del general Wavell no ha obtenido la victoria esperada y la batalla en Libia no culmina con la rapidez indispensable para el efecto que se buscaba, las palabras de un discurso pretenden obtener lo que las armas no han obtenido. Todo ello significa un desconocimiento absoluto de la psicología, del ánimo y de la fe del pueblo italiano. Bien podría haber llegado una derrota de proporciones catastróficas, y aún así e1 pueblo italiano no se hubiera vuelto contra su Duce a quien admira y ama, porque su persona, sus palabras, sus ideas y las del Fascismo, que es una manera de ser, han echado profundas raíces en las entrañas de la nación. Tan profundas y fuertes, que ni siquiera la desventura las podría arrancar.
El pueblo italiano con su Duce.
Líbreme Dios de censurar al señor Churchill, a quien, desde su punto de vista inglés, le sobra razón para usar todas las armas de que pueda servirse; pero su razón, aunque esto parezca paradójico, es una razón desrazonada porque no hay italiano legítimo que se la trague. No vale adorar la peana y odiar al santo. Los italianos verdaderos saben que ya, al cabo de los diecinueve años de la resurrección de su pueblo, Duce, Fascismo e Italia son una sola unidad imprescindible. Yo me atrevo a afirmar también que quien es enemigo de Mussolini no puede ser amigo de Italia. Y nada más.
Viva il Fascio Redentor!
Viva il Duce!
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