Camaradas,
Hoy se cumple el cuarto aniversario de la muerte de
José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. Sobre su tumba, España ha despositado las cinco rosas simbólicas como homenaje a su recuerdo, que no se apagará nunca.
Su breve vida alcanzó los días más tenebrosos y dramáticos de España. Parecía que habían zozobrado todos los ideales nacionales. El sabía, sin embargo, que estaban intactos y movilizó a la juventud para su reconquista. Trazar el camino exacto, sin un error en la ruta, en la tremenda confusión de los cinco años ominosos, fue su gran obra. Entonó el himno del disentimiento airado, y a su voz tuvo eco. Cuando la muerte llega, ya está la obra realizada, y ha triunfado el tiempo...
Asombra el imponderable valor de la idea. Todo lo traspasa. La idea de José Antonio penetra en las conciencias y en España, cuando se alza, la cumple inexorablemente.
Esta es la lección de la vida breve y la obra eterna, que España, en la fecha de hoy, conmemora.
“Una revolución puesta en marcha sólo tiene dos salidas: o lo anega todo o se la encauza. Lo que no se puede hacer es eludirla; hacer como si se la ignorase.”
José Antonio y la Historia.
El criterio mediante el cual se trata de explicar el ritmo de la Historia por el paso sucesivo de las generaciones se hace perceptible con suma claridad si se examinan las circunstancias en las que sé produjo el fenómeno de la Falange. Con ésta entró en el escenario de la ancha y estremecida España toda una generación: la nueva, la que no pudo hallar cabida en la República. Más aún: la que sé sintió brutalmente despedida —como todo— por la República, al extrarradio de aquellas falsas instituciones que, entre otras cosas de ocivo efecto eran indudablemente anacrónicas.
En 1931 se quiso volver a 1873, mal corregido y perversamente aumentado. ¡Pero cuántas cosas que no se supieron ver a tiempo habían transcurrido en los últimos setenta años...! Y precisamente porque los sucesos más trascendentales se habían acumulado en imponente pandemónium durante los dos anteriores decenios, era fatal que la generación recién llegada al conocimiento del mundo asumiera la función de aprovechar la lección umversalmente recibida y de aplicarla al caso de España, más desconcertante aún que otro cualquiera.
"Pero [...] una nación no es una lengua, ni una raza, ni un territorio. Es una unidad de destino en lo universal. Esa unidad de destino se llamó y se llama España".
Consideraciones tan elementales nos llevan a explicar la primacía de José Antonio en virtud de motivos que engranan perfectamente con el mecanismo de la Historia. Predestinada una generación —la de José Antonio— a servir un destino de alcance universal, era natural que descollase aquélla en la cabeza más erguida y lúcida. José Antonio vio cómo su niñez coincidía con la del mundo —nueva y tormentosa infancia— que salió de la guerra de 1914 a 1918 en trance de volver a vivir. Mundo rehecho, allá donde la vitalidad de los pueblos tanteaba cauces de sentido contrario a los obstruidos por la generación inmediatamente anterior. Mundo deshecho o contrahecho donde faltó juventud capaz de rectificar creando esto es, de hacer una revolución. La generación de José Antonio fue avanzando en la vida según se iban consumando hechos que, más ampliamente distribuidos, hubiesen bastado a llenar un siglo o más: guerra europea, con resonancias en Asia y en América; revolución rusa, reacción salvadora de Italia Fascista, Nacionalsocialismo de Alemania... ¡Ah,! y Mustafá Kemal, taumaturgo de su pueblo... Paralelas a esta línea política, la Historia gustó de trazar otras: en lo social y económico, en lo técnico, en lo estético... Por ejemplo: la conquista del aire por el avión y la radio llegó a -su auge. Evidentemente Marinetti no había dicho ninguna pamplina cuando habló de la Velocitá, musa del mundo moderno. Eran demasiadas cosías para que los hombres de cierta edad acertasen acomprenderlas. La generación de José Antonio, sí, por imperativo cronológico.
"Que asistimos al final de una época es cosa que ya casi nadie, como no sea por miras interesadas, se atreve a negar", dijo José Antonio en uno de sus más bellos trabajos: La Tradición y la Revolución. Se liquidaba, en efecto, la era de la democracia parlamentaria en tanto alboreaban días de muy rigurosas exigencias. Había que "devolver a los hombres los sabores antiguos de la norma y del pan. Hacerles ver que la norma es mejor que el desenfreno, que hasta para desenfrenarse alguna vez hay que estar seguro de que es posible la Vuelta a un asidero fijo". Y añadía: "todas las juventudes conscientes de su responsabilidad se afanan en reajustar el mundo. Se afanan por el camino de la acción y, lo que importa más, por el camino del pensamiento, sin cuya constante vigilancia la acción es pura barbarie". Ideas de este sentido vuelven frecuentemente a aparecer en los escritos de José Antonio, obsesionado por los concentos de generación y de misión, condiciones, ya que no causas, de todo proceso histórico. "Nuestro tiempo no da cuartel", dijo otra vez, "Nos, ha correspondido un destino de guerra, en el que hay que dejarse sin regateos la piel y las entrañas." Como él las dejó, en efecto, viviendo y muriendo a1 servicio de una vocación fundacional genuinamente histórica.
“Pase lo que pase, no se puede desertar ni por impaciencia, ni por desaliento, ni por cobardía.”
José Antonio y el silencio.
Los últimos meses de la vida de José Antonio, incomunicado en la cárcel de Alicante, fueron todavía más dramáticos, que su muerte. Ni él ni su hermano Miguel, con el que podía conversar algunas veces, sabían nada del mundo. ¿Qué sucedía debajo de aquel cíelo azul, cuadriculado por la reja de la ventana, que podía contemplar desde su celda? ¿Qué pasaba en España? Él no tenía más noticias que las de su pensamiento; las deducía seguramente, las arrancaba del silencio de su cabeza a fuerza.de torturar sus últimos recuerdos de hombre libre. Y además, ¿qué quería decir aquel grito único o aquel ruido desafiante de motores o la sirena de aquel barco en el puerto?
José Antonio no dudó nunca del triunfo en los días en que las horas iban acercándole al frío del muro de ejecución y a la madrugada lívida. Y no dudó nunca porque podia dudar de todo menos del heroísmo de los que habían alzado una bandera como un rayo de luz en las tinieblas decretadas por el adversario. Además, conocía la historia del pequeño falangista abatido a balazos en un barrio siniestro de Madrid en los albores de la Falange.
Este pequeño falangista tenía diecisiete años y vivía en una capital castellana. Su padre era empleado del Ayuntamiento y jugador de dominó. Su madre era una máquina de economía domestica y de refranes. ''¡Y a ver lo que haces —oía todos las días en su casa—, que ya es hora de que pienses en algo serio y empieces a buscarte un empleito!" Le vigilaban las lecturas y las amistades. No han de tenerse más amistades que las que le pueden dar algo a uno. Cualquier amigoque no fuera el hijo del alcalde, el hijo del gobernador, el hijo de El masón o el presidente de la Juventud Radical Socialista, era una mala compañía... "De vez en cuando —solía decirle su padre— te veo con unos chalaos y eso se va a acabar muy pronto." ¡Y miraba ferozmente el bastón con que solía acudir al café para jugar su partida de dominó! Todo se le había arreglado en la vida, al pequeño falangista, para que no pudiera ser más que otro pobre hombre. Pero un día le dijeron que tenía que ir a Madrid. Llevaria cartas de recomendación para algunas personas importantes y para algún cacique. El pequeño falangista, aconsejado por su padre, iba a enterarse de cómo se hacían unas pequeñas oposiciones. Pasaría cinco o seis días en Madrid. Visitaría también a unas tías, hermanas de su madre, que podrían ayudarle. Y lo que hizo, en lugar de todo aquello, fue vocear Falange Española en Cuatro Caminos y caer para siempre sobre una acera porque le habían disparado desde una esquina.
José Antonio no podía dudar del heroísmo de los suyos, tampoco. Sabia que iba a morir y que la victoria era clara. Pero tuvo quearrancarse esta seguridad de dentro, de su propio pensamiento, porque nadie pudo ofrecerle desde lejos ni un rizo de bandera ni una palabra de esperanza...
¡José Antonio Primo de Rivera! ¡Presente!
¡Arriba España!