Se ha confirmado la noticia de que el Primer Ministro polaco Ignacy Mościcki y el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas polacas, Mariscal Edward Rydz-Śmigły, han abandonado el país. Tan increíble como cierto, las máximas autoridades de Polonia han dejado a su nación en la estacada durante uno de los momentos más claves en su Historia y, en lugar de intentar negociar una paz honrosa u oponer una heroica defensa a ultranza, no se les ha ocurrido otra cosa que poner pies en polvorosa, descabezando al gobierno y ejército polacos. A su llegada a Rumanía el pasado 18 de septiembre como simples inmigrantes ilegales en busca de asilo, ambos fueron puestos de inmediato bajo arresto.
No esperábamos semejante acto de cobardía, especialmente de un hombre como el Mariscal, "el primer polaco después del presidente", como hacía llamarse. En verdad nos gustaría saber en este caso quién ha tenido el honor de ser el primero y ha corrido detrás del otro. Bromas aparte, es cierto que si bien lo del pusilánime Ignacy, incapaz de aceptar nunca ninguna de las generosas propuestas que le hiciera nuestro Führer a fin de resolver el asunto del Corredor, no nos sorprende demasiado, lo que sí nos parece increíble es que el Mariscal se haya atrevido a pasar por alto las obligaciones de un líder militar de alto rango que de forma inextricable unen su destino al de sus tropas. El abandono del campo de batalla no tiene otro calificativo que la cobarde deserción. Más le habría valido al Mariscal haber tomado el ejemplo de los mariscales alemanes y prusianos, a ninguno de los cuales se le conoce haber sobrevivido nunca la derrota de su ejército, habiéndose sabido comportar siempre como fieles capitanes de navío que permanecen impertérritos en sus puestos sobre el puente de mando mientras sus buques se van a pique.
No deja de resultar irónico el gesto típico que exhibe el Mariscal en la fotografía aneja a este párrafo. Dentro la tradición polaca, el saludo militar se efectúa llevando sólo dos dedos a la visera en lugar de la palma entera, como suele ser habitual. Pues bien, cada uno de esos dos dedos simbolizan "Patria" y "Honor", precisamente las dos virtudes que el Mariscal y el Primer Ministro, el Primer Ministro y el Mariscal, han dejado tiradas por los suelos.
Los alemanes nos condolemos por la deshonra en que sus dirigentes han hecho incurrir al ejército y al pueblo polacos. Quizás debamos agradecérselo al fin y al cabo, puesto que tal vez haya sido por su cobardía y su incompetencia por lo que el éxito de nuestras armas esté siendo total. De cualquier modo, esta clase de gestos ponen en relieve las palabras del Führer respecto a la enorme falacia que constituye la nación polaca como tal, dado que al parecer ni siquiera las propias cabezas de su Estado y de su Ejército son capaces de dar la cara por ella.
Sea como sea, nuestro espíritu no ha desfallecer. Nosotros permaneceremos fieles siempre a nuestros principios y a nuestros ideales y continuaremos adelante en la lucha, como desde el primer día.
Meine Ehre heißt Treue!
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